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Embalse del Ebro, mar en las montañas

Agua y más agua por todas partes. El mar entre montañas. Con sus embarcaderos y sus playas. Con sus kayak en invierno y sus velas de windsurf en verano. Y los caballos. Y las vacas rumiando el tiempo sobre pastos verdes y jugosos, a más de ochocientos metros de altura. Una paradoja más del embalse del Ebro, o de Reinosa, o de Arija. Setenta por ciento cántabro y treinta por ciento burgalés. Cien por cien español, ajustando la vida del río por tierras de La Rioja, del País Vasco, de Navarra, de Aragón, de Cataluña. Un clamor popular, silenciado por la dictadura, ante los pueblos anegados sin compensación en los años cincuenta. Un pequeño gran paraíso ecológico y gastronómico hoy pleno de sorpresas y de rincones extraordinarios. El último refugio frente a la emergencia climática.

Media hora en automóvil separa Arija, en la provincia de Burgos, de Monegro, en la comunidad de Cantabria. Lo mismo en dirección este que en dirección oeste. Conviene tenerlo en cuenta ante el perfil de la costa. Lo que en barca parece al alcance de la mano, por carretera tiene su recorrido. Antes de llegar a Arija, campamento base de la expedición, las señales van avisando. Una pasarela de madera permite acceder directamente a la torre de la antigua iglesia de Villanueva, engullida por la voracidad del pantano. El templo sumergido, para los peces. El campanario emergente, para los pájaros infinitos. Y al poner pie en el pueblo, los signos definitivos: esculturas y tótems grabados en madera por toda la población. Tierra de caballos. Territorio ZEPA. Territorio comanche.

Las comarcas de Las Merindades y de Campoo se suceden y se complementan

Debajo del pantano duermen los pueblos de Medianedo, La Magdalena, Quintanilla y Quintanilla de Bustamante. Un total de siete iglesias y dos ermitas. Más una infinidad de recuerdos, de memoria. Así que el paseo por los senderos que rodean la playa de Arija rebosa romanticismo. El barrio de arriba conserva el sabor a pueblo castellano. El de abajo, vinculado a la fábrica de Cristalería Española, es un bullicioso poblado de vacaciones durante el buen tiempo. Entre medias pasa pitando el ferrocarril Bilbao-La Robla.

En las costas del Ebro, las comarcas de Las Merindades y de Campoo-Los Valles se suceden y se complementan. Sucede, en tan corto espacio geográfico, con los estilos arquitectónicos de las casas y monumentos. Y también con la gastronomía. A la hora de saborear la ruta, hay mucho donde elegir. Y todo bueno. De Las Merindades vienen la olla podrida, la sopa castellana, la morcilla o el postre del abuelo. De Campoo, la caza, el cocido de alubias, las pantorrillas o las rosquillas del Ebro. En las dos orillas son importantes la miel y los quesos. Y el lechazo. Pero sobre todo la carne. La elección, en esta materia, es siempre peliaguda, porque verdaderamente todas son de extraordinaria calidad. Sólo desempata Burgos cuando llega la hora de los vinos: Rioja, Arlanza, Ribera del Duero… ¿se puede pedir más? Pues sí. Digamos que una copita de Tizona del Cid. Los monjes de San Pedro de Cardeña oran et laboran para ello. Y guardan con fervor la receta de su licor de hierbas.

Desde Arija, por San Vicente de Villamezán y Herbosa se llega a Cabañas de Virtus. Virtus, Vertux, fue fundado por los romanos entre los años 29 y 19 a.C. Y sabemos que en el año 857 el rey Ordoño I donó parte de este territorio al obispo de Oviedo. Lugar solariego de Don Nuño, señor de Vizcaya, pasó después al mayorazgo de don Pedro Gómez de Porres. La iglesia es de los siglos X y XI. Y entre el XII y el XIII se levantó el castillo, aunque se reformó seriamente en el XVI. Recia urdimbre. Vertux, Virtus, lo pasó especialmente mal durante la guerra incivil, cuando se convirtió en campo de batalla. Y por aquí todavía se recuerda la peripecia de Isabel García, enferma de apendicitis, que tuvo que ser trasladada por sus vecinos hasta Ontaneda, a 30 kilómetros de distancia, atravesando la nieve de los montes.

Balneario y aguas nobles

Cabañas de Virtus, junto con Las Cabañas, Estación de Soncillo y el propio Virtus forman esta localidad, que pertenece al municipio de Valdebezana, partido judicial de Villarcayo. 78 habitantes y bajando. Pero en su término municipal de encuentra el Balneario de Corconte, con su Gran Hotel. Máxima relajación termal. Dentro cabe el municipio entero. Y alguno más. Corconte, sin embargo, ya es Cantabria. Pertenece al municipio de Campoo de Yuso. Y cuenta con el Centro de Interpretación del Embalse del Ebro. Por aquí es muy célebre el agua de Corconte. El agua, que lo preside todo.

La Población es tan célebre por sus empanadas de atún y chorizo como por sus actividades playeras y acuáticas, que rivalizan con las de Arija. O por su centro ornitológico. O por tener ya un aire a los vecinos pueblos del Valle del Pas. La iglesia, la escuela y el puente de La Población se los llevó también el pantano. Pero se salvó la ermita de Nuestra Señora del Humano. Lo de humano viene de «lomano», es decir, de la loma o del promontorio. El resto es teología popular. También los romanos anduvieron por aquí, como lo demuestran los vestigios del campamento de El Cincho.

Y cruzando las aguas se llega, sólida y poderosa, hasta la Torre de los Bustamante, también llamada del Merino. Saeteras, ventanas geminadas, matacán con mensulones. Del siglo XV, formando trío con otras dos, que se perdieron El emblema de La Costana, de cuando los Bustamante eran dueños y señores del territorio.

Y después de La Costana, Monegro. Final de trayecto. De entre todos los premios del recorrido, el mejor es subir hasta la ermita de Nuestra Señora de las Nieves y, desde allí, contemplar el inmenso panorama que se abre ante nuestros ojos. El embalse al completo, desde luego, pero más allá de él las cumbres del Alto Campoo. Y hasta los montes de Burgos. En la ermita de las Nieves, patrona del municipio de Campoo de Yuso, además de la de la Virgen se guardan imágenes rescatadas de los pueblos que yacen en la profundidad del embalse.

Cumplido nuestro objetivo, dan ganas de regresar por donde uno ha venido. Pero puestos a cerrar el círculo, con media hora más de viaje, de regreso a Arija por la orilla contraria, hay nuevas sorpresas que nos esperan en Quintana, en Orzales, en Requejo, en Bolmir, en Villafría, en Llano. De costa a costa, con la nieve en la montaña y el cielo espejeando en las aguas del Ebro retenido. Las tristezas parece que se van.

Fuente: El Diario Montañés